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martes, 1 de marzo de 2016

PATRIA CHICA, “TIERRASANGRE”.



Es mentira aquello de no disponer de “patria”.

Normal y frecuente es la aparición 
de expresiones veladas de orgullo, 
timidez inexplicable,
para siempre decadente
del origen de nuestras huellas.

Todos aprestamos patria
y es verdad que los años,
ayudan a reconocer nuestro pasado,
a pulir los diversos recodos
por donde hemos transitado;
nuestras retinas no tienen cómplices,
son testigos mudos
a tan solo medio paso de nuestro rumbo;
y al fin orgullosas
de la imagen esculpida en su membrana
durante tantos lustros.

Cierto para aquel que no dispone
de esta cámara de tesoros
dentro de sus pupilas,
tendrá que dejar paso a los aromas,
a los embriagadores olores, en la distancia.

Tan será así, y para siempre
que hoy identifico a mi “no renunciada patria”:
Por calurosos y vivos colores de estío
entreverados del olor de la paja de cebada;
Ocres lomas otoñales sobre púrpuras azafranales
entre aroma de cebolla cocida al albero de la matanza;
Secos pedregales, arriscados hibernales
con bálsamo de sagato y leña de carrasca;
Verde renacer entre primaverales huertos impregnados
por perfume de cera en procesionales calles.

Claro que tenemos patria,
claro que alguna vez necesitamos patria,
aflicción temperada, sibilante,
arcaico sentimiento, desde siempre peritado,
desde las entrañas, desde el dominio individual
en la fortuna colectiva.

Si hoy fuera tormenta,
me arrastraría a borbotones
desde la colina “perchelera”
hasta las eras que inundan las “venías”
de otras aguas menos bravas,
que siento esta mañana fría,
tras apreciar mi nombre,
mi microscópico nombre, aglutinado al de mi padre,
en una vieja fotografía;
cuando desde los primeros borbotones,
de aquel aire que me forjo vital,
me empujaron a desasistir el barro
que hoy me restituye
un cristalino sentimiento de “patria chica”.  

Con todo el afecto a mis paisanos “pozocañeros”, hermanos de tierrasangre, cuando es tiempo de afinar cornetas y tensar pellejos de tambores.


Juan Ríos Laorden, primavera de 2016.

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