Es mentira aquello de no
disponer de “patria”.
Normal y frecuente es la
aparición
de expresiones veladas de orgullo,
timidez
inexplicable,
para siempre decadente
del
origen de nuestras huellas.
Todos aprestamos patria
y es verdad que los años,
ayudan a reconocer
nuestro pasado,
a pulir los diversos recodos
por donde hemos transitado;
nuestras retinas no tienen
cómplices,
son testigos mudos
a tan solo medio paso de
nuestro rumbo;
y al fin orgullosas
de la imagen esculpida en su
membrana
durante tantos lustros.
Cierto para aquel que no dispone
de esta cámara de tesoros
dentro de sus pupilas,
tendrá que dejar paso a los
aromas,
a los embriagadores olores,
en la distancia.
Tan será así, y para siempre
que hoy identifico a mi “no
renunciada patria”:
Por calurosos y vivos
colores de estío
entreverados del olor de la
paja de cebada;
Ocres lomas otoñales sobre
púrpuras azafranales
entre aroma de cebolla
cocida al albero de la matanza;
Secos pedregales, arriscados
hibernales
con bálsamo de sagato y leña
de carrasca;
Verde renacer entre
primaverales huertos impregnados
por perfume de cera en procesionales
calles.
Claro que tenemos patria,
claro que alguna vez
necesitamos patria,
aflicción temperada,
sibilante,
arcaico sentimiento, desde siempre
peritado,
desde las entrañas, desde el
dominio individual
en la fortuna colectiva.
Si hoy fuera tormenta,
me arrastraría a borbotones
desde la colina “perchelera”
hasta las eras que inundan
las “venías”
de otras aguas menos bravas,
que siento esta mañana fría,
tras apreciar mi nombre,
mi microscópico nombre, aglutinado
al de mi padre,
en una vieja fotografía;
cuando desde los primeros
borbotones,
de aquel aire que me forjo
vital,
me empujaron a desasistir el
barro
que hoy me restituye
un cristalino sentimiento de
“patria chica”.
Con todo el afecto a mis
paisanos “pozocañeros”, hermanos de tierrasangre, cuando es tiempo de afinar cornetas y tensar pellejos de tambores.
Juan Ríos Laorden, primavera de 2016.
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