En este café, de vez en cuando, queda tiempo para
que una vez pasada la marabunta de los desayunos mañaneros, encontrar una buena
lectura antes del almuerzo, con la suficiente tranquilidad como para digerir,
disfrutar y guardar los mensajes de las palabras escritas, escondidos para dar
el fruto, como el bulbo del azafrán, entre renglones.Acabo de leer mi cuarto libro de una magnífica
narradora, no convencional, joven y mujer, “El sabotaje amoroso”, Amélie
Nothomb (1993, editado en español en 2003); de entre las buenas cosas que me ha
aportado, me quedo con su infantil imaginación al galopar con su corcel por las
calles de Pekín, allá por los años 70, más concretamente por la perfecta
descripción impresionista del barrio San Li Tun. Comienza su historia
galopando: “a galope tendido de mi
caballo, cabalgaba entre los ventiladores”.
Y entre escenas dibujadas desde su corcel comienza a describir el
transcurrir, las vivencias, enamoramientos (inocentemente lésbicos) de una niña
de siete años: “mi corcel desembocó en la
plaza del Gran Ventilador, vulgarmente conocida como Plaza de Tiananmen…”; “Yo sujetaba las riendas con una sola mano”…;
“La elegancia de mi cabalgadura dejaba
sin habla a transeúntes, escupitajos, asnos y ventiladores”… Va transcurriendo la historia en un barrio
pekinés arrabal internacional de diplomáticos, empresarios, cultos y buscadores
personajes internacionales en un lateral de la capital enigmática,
costumbrista, comunista e inalterable;
crisol en aquel barrio incrustado en una forma de vida y de entender las
cosas, lejana a los recién llegados, dibujada desde los ojos de una niña. “Desde
el primer día había comprendido el axioma: en la Ciudad de los Ventiladores,
todo lo que no era espléndido era horrible…”. Y como los padres, los hijos a imagen y semejanza,
establecían la guerra entre nacionalidades, entre pequeños individuos venidos
de otros confines que cohabitaban en la coincidencia, que luchaban entre la
coincidencia: “En 1974, a mis siete años,
yo era la pequeña de los aliados. El decano, que tenía trece, me parecía un
vejestorio. El grueso de nuestros efectivos eran franceses, pero el continente
mejor representado era África: cameruneses, malíes, zaireños, marroquíes,
argelinos, etc… colmaban nuestros batallones. También había chilenos, italianos
y esos dichosos rumanos a los que no tragábamos, ya que nos habían sido
impuestos y parecían una delegación oficial”… Se enzarzaron en una guerra infantil, con
dos bandos, con enemigos y aliados, con bajas y victorias, sin sentido, al
margen de la vida cotidiana de los padres, en el juego malévolo de los niños,
copiado de los adultos, escondido a los ojos de los adultos, secreto. “En San
Li Tun nadie vigilaba a los niños. Éramos tantos y el espacio tan exiguo que no
parecía necesario. Y, siguiendo una suerte de ley no escrita, desde su llegada
a Pekín los padres dejaban en paz a su prole. Salían todas las noches juntos
para no caer en la depresión y nos dejaban solos. Con la típica ingenuidad
propia de su edad, creían que estábamos agotados y que a las nueve ya
estaríamos en la cama”… Es la retina
de mi infancia, los veranos no en el pueblo, sino del pueblo, yo no iba en
verano al pueblo, vivía en el pueblo y era parte de la decoración estival de mi
pueblo, parte de la fotografía que se llevarían los que venían al pueblo;
guerras como las nuestras, los nicasios contra los saturnos, calles y
fronteras. Como en mi tiempo, el tiempo infantil de esta niña belga en Pekín,
la idealización, los embelesamientos, las primeras vivencias colectivas tras la
soledad de la niñez: “Yo nunca había
tenido un amigo o una amiga. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza
aquella posibilidad. ¿De qué me habría servido?. Estaba encantada con mi propia
compañía”… El primer enamoramiento: “La
amé desde el primer segundo. ¿Cómo explicarlo?. Nunca había pensado en amar
nada. Nunca había imaginado que la belleza de alguien pudiera suscitar en mí
sentimiento alguno. Y, no obstante, todo se había activado en el mismo instante
en el que la vi por primera vez, con una inexorable intensidad: era la más
hermosa, luego la amaba, luego se convertía en el centro del mundo”… Y después sufrimientos y deslealtades.
Siempre cabalgando.
5. LECTURAS APASIONADAS.
Me ha apasionado la refrescante e inocente
transformación de una bicicleta en caballo entre las calles de Pekín: “Yo tenía cosas importantes que hacer. Tenía
un caballo, que me ocupaba las tres cuartas partes de mi tiempo. Tenía
multitudes a las que deslumbrar”.
Otra de las lecturas que me ensimisma en esta fría
mañana otoñal no andaba lejos con su protagonista de enlazar una localización
geográfica con la anterior, pero no; si bien la forma de quien leo y coincido
se trata de un oriental (coreano para más señas) el fondo se cierne en el corazón
de Europa, en Alemania.
Un diario nacional de pasadas fechas, trae las
ideas de un pensador coreano afincado en Berlín, una denominada nueva estrella
de la filosofía alemana, 54 años, inmigrante (de los para negra, con perdón),
oriental, revelación del pensamiento alemán, superventas, profesor de filosofía.
Byung-Chul Han ha publicado en España tres libros
“La sociedad del cansancio”, “La sociedad de la transparencia” y “La agonía del
Eros” (todos ellos en la editorial Herder).
Sus pensamientos me hacen forzar la vista sobre
el papel, no me permite una lectura fragmentada, ni dispersa: “Toda época tiene sus enfermedades emblemáticas… El comienzo del siglo XXI, desde un punto de
vista patológico, no sería ni bacterial (bacteriano) ni viral (vírico), sino
neuronal”.
Me alineo con sus palabras: “El cansancio de la sociedad de rendimiento es un cansancio a solas,
que aisla y divide, … cansancios que son violencia, porque destruyen toda
comunidad, toda cercanía, incluso el mismo lenguaje”.
El hombre transformado, metalúrgico entre
arrozales, esquivo de su formación inicial, de su tierra, pausado; esforzado en
una integración cultural y lingüística de sus antípodas, difícil y costosa, que
me sigue atrapando: “El esclavo de hoy es
el que ha optado por el sometimiento”. “El hombre se ha convertido en un animal
laborans, verdugo y víctima de sí mismo, lanzado a un horizonte terrible, el
fracaso”. “Estamos todos agotados y deprimidos”. “La pérdida de la esfera pública
genera un vacío que acaba siendo ocupado por la intimidad y los aspectos de la
vida privada”. “En lugar de decir que la transparencia funda la confianza, habría
que decir que la transparencia suprime la confianza; solo se pide transparencia
insistentemente en una sociedad en la que la confianza ya no existe como valor”.
“Hoy el ser ya no tiene importancia alguna. Lo único que da valor al ser es el
aparecer, el exhibirse. Ser ya no es importante si no eres capaz de exhibir lo
que eres o lo que tienes”.
Me duelen los ojos, observo como limpian los
ventanales del Café Los Llanos, como su transparencia me permite vislumbrar la llegada
del bus que intercambiará a un puñado de albaceteños.
Antes de partir, con un ligero cabeceo de
asentimiento doy la razón a una última frase, a un último pensamiento: “La acumulación de la información no es
capaz de generar la verdad. Cuanta más información nos llega, más intrincado
nos parece el mundo”.
BIBLIOGRAFIAS SUBLIMES
INENCONTRADAS:
El sabotaje amoroso. Amelíe
Nothomb.
Aviso de derrumbe. Francesc Arroyo.
La sociedad del cansancio.
Byung-Chul Han. Ana
March.
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